En 1976 Cecilia comenzó a cursar Licenciatura en Bioquímica en la Universidad Nacional del Sur y un año después solicitó el pase a la Licenciatura en Humanidades con especialidad en Historia. De ese modo, se apartó de las instituciones educativas religiosas en las que había transcurrido su escolarización previa e ingresó en una universidad nacional laica que estaba atravesando momentos turbulentos.

Además, en esa época trabajó como preceptora en el Instituto Canossiano, empleo que dejó en 1981 para trasladarse al Colegio Estrada, donde además de asumir como bibliotecaria, daba clases de catequesis a cinco cursos del secundario.

Sobre todas estas actividades académicas y laborales tuvo impacto la convulsionada vida política argentina de ese período. En este escenario, Cecilia construyó grandes amistades y también dio testimonio práctico de su fe.

Se destacaba por su humildad y sencillez. Era una de las profesoras más jóvenes, le gustaba vestirse bien, ir a la moda, solía llevar dos bufandas mezcladas que le daban un toque de armonía y modernidad. 

Toda su juventud resultó ser una especie de entrenamiento en este Ideal donde descubrió Dios Amor. Para ella no existen las relaciones superficiales. Con su entrega y generosidad, lograba más allá de las diferencias, cubrir todo con amor. Sabía escuchar en lo más profundo de su ser y actuaba en consecuencia. Eso es lo que le hace moverse con mucha libertad. Había comprendido que el amor no era solamente un sentimiento, sino hechos concretos, intentando que se sintiera feliz. Una frase con la cual se identificaba particularmente en esa época:

¿Qué es lo que se hace cuando se ha amado hasta el cansancio? ¡Se sigue amando!”

Uno de sus alumnos, que luego abrazaría el sacerdocio, describió posteriormente sus clases de Catequesis como actualizadas a los nuevos tiempos que vivían la Iglesia y la sociedad, en razón de que en ellas desarrollaba temas de formación pero también se adaptaba a las necesidades particulares de los jóvenes. Este sacerdote reconoció, además, la influencia que ella tuvo como docente en su decisión de recibir el Sacramento de la Confirmación. En diversos escritos de esa época, alumnos y alumnas destacaban el amor, generosidad, dedicación y entrega de esta joven profesora, le expresaban su gratitud y afirmaban que se trataba de un modelo digno de ser imitado. 

La fe de Cecilia creció durante esos años, en el seno de los grupos Gen (rama joven del Movimiento de los Focolares). En estos grupos prevalecía el acompañamiento permanente, la lectura de la Palabra de Dios y el seguimiento de las noticias y mensajes de Chiara Lubich. Quienes participaban, se animaban y ayudaban a “recomenzar” cuando era necesario, lo cual implicaba volver a abrazar la voluntad de Dios. Compartían la experiencia de vivir la tensión a la santidad, es decir, el esfuerzo realizado diariamente, en las cuestiones cotidianas, en el camino a la santidad. Cabe aclarar que el Movimiento de los Focolares tiene una concepción colectiva de la santidad, es decir, considera que la santificación se logra en unidad con la comunidad. 

” … Marita, una focolarina, me cuenta: Después del ’75 y hasta el ‘ 85 / ’86 yo vivía en la Capital y viajaba a Punta Alta y a Bahía Blanca. Fue allí que conocí a Ceci. Me alojaba siempre en la casa de ella. En general, el viernes por la noche, llegaba el sábado a la mañana y estaba hasta el domingo a la noche.

Era una de esas familias que te hacían sentir ‘en confianza’. Yo me sentía como en mi casa. La impresión que tengo de Ceci es la de una persona muy armoniosa en su vida, porque recuerdo que me iba a esperar al ómnibus, entonces íbamos a un barcito a tomar algo y ella se encargaba de darme las noticias más importantes de la vida de la comunidad de Punta Alta, a pesar de su juventud. Era muy responsable. Tenía una gran capacidad para ver todos los detalles, para preparar en dónde se iba a hacer cada cosa, para conseguir el colegio para el encuentro.

Era muy sensible y se movía con mucha libertad. Te diría que sabía escuchar lo que le indicaba su conciencia en lo más profundo de sí, entonces ella se movía con ese parámetro, no con lo exterior.” (fragmento del libro “Tus caminos son una locura” de Licy Miranda, Editorial Ciudad Nueva))

Cecilia había tenido un noviazgo durante la adolescencia con Luis Alberto Buide. Si bien no continuaron esa relación, se mantuvieron siempre en contacto a pesar de que él se mudó a Buenos Aires para estudiar. Al regresar Luis de la capital para establecerse en Punta Alta, volvieron a salir juntos, formalizando su noviazgo, que duró dos años. Tras los cuales, se casaron, el 20 de mayo de 1983, formando una familia donde el amor estaba a la base de toda relación.