Como un niño que sufre, que llora, que no comprende, pero que confía en sus papás, así Cecilia soportó todos los dolores y angustias. Su Ideal, Dios, también le había hecho comprender algo grande, una llave: Amar a Jesús Abandonado.

En lo más profundo de su ser surgía una pregunta: ¿Por qué? Y esta pregunta, Cecilia la unió a la pregunta de Jesús que, estando crucificado, al borde de la muerte también se preguntó: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Si Jesús, que era Dios, se sintió abandonado por Dios Padre, también nosotros en medio de nuestras dudas y dolores podemos imitarlo, es decir, dar la vida por Amor.

A los 7 meses de embarazo, con ayuda de una cesárea decidieron adelantar el nacimiento de María Agustina para no complicarle su salud y poder aumentar las intervenciones médicas. Luego de una de esas intervenciones, saliendo del quirófano, a ella se la notaba radiante. Al preguntarle, ella despacito contestó:

Hoy, por primera vez, le pude decir realmente a Jesús que sí. Con todo mi ser. Que creo en su Amor más allá de todo, y que esto es Amor de Él. Que me entrego a Él”.

Fue cuando comenzó a escribir muchas cartas. No quería guardarse para sí su propia experiencia. Siempre como un don y nunca como un peso para los demás, En una carta expresaba:

Le dije a Dios: quiero ser como Vos quieras que sea. Tener la personalidad que Vos quieras. Ser ante el que  esté a mi lado como Vos quieras que sea. Tener la belleza que Vos quieras que tenga”. 

Y a sus alumnos les escribía:

¿Saben qué hago cuando el dolor es muy grande y me parece no poder ofrecerlo? Miro el crucifijo, le sonrío y le digo: ‘Yo no puedo ofrecerte esto: me parece que es demasiado. Pero vos hacé de cuenta que lo hago’ ¡Y da resultado! Se experimenta luego la Paz”. A una amiga: “¡Qué cosa grande los amigos! Cuánto sentimiento desinteresado: querer el bien del otro más allá del propio. Sentir que se te ensancha el corazón cuando sabés del otro. Llorás cuando el otro llora, reís cuando el otro ríe…”

Y en esa Navidad:

Anoche recordando el dolor físico de María al traer a Jesús al mundo, pensaba que con mi dolor podía ser copartícipe del suyo, para traerlo nuevamente al mundo. Aunque implique dolor, no se compara con la inmensa alegría que nos da. Por eso siento que esta vida es una aventura: algo inexplicable, humanamente hablando. ¡Que el dolor sea el camino a la plenitud! (…). Sin Dios como centro, la vida no tiene sentido”.

“En el último mes fue necesario internarla ya que debía ser controlada continuamente. Las últimas semanas estuvo inconsciente.

Sin embargo, aún en ese último tiempo, la realidad que irradiaba era tal, que las enfermeras se acercaban a menudo, solo para verla.”

(fragmento del libro “Tus caminos son una locura” de Licy Miranda, Editorial Ciudad Nueva)

Falleció el 1º de Marzo de 1985, a los 28 años de edad. Quienes estuvieron a su alrededor concuerdan en que más allá del dolor, Cecilia transmitía vida.

“Cuando partió Cecilia, un sacerdote que la visitaba me dijo: No te preguntes por qué Angelita, sólo Dios lo sabe, pero sí conocerás el para qué. Hoy aquí ante ustedes digo, que Ceci me enseñó a serle fiel a Dios y amar al prójimo como a sí mismo…

Ceci fue testimonio de amor para sus alumnos y entre ellos, uno preguntó: ¿Qué es esto de Dios Amor? Hoy ese alumno es sacerdote. Si nosotros somos fieles a Dios, la santidad colectiva que Chiara nos anunció es posible. 

Una tardecita de 1984, Agustina no había nacido, salimos al balcón de su habitación con vista a la calle, estábamos en silencio y de pronto la escucho: Mamá, cómo amo a la gente, la veo pasar y me iría detrás de ella, entraría a su casa a ver cómo viven y les preguntaría qué necesitan… (…)

Muchos me hablan de Cecilia [y me dicen] “yo la tengo conmigo”, “Cecilia es presencia en mi casa”, “le pedí a Cecilia…”

Yo hoy me digo: Cecilia está entre la gente, sabe cómo vive y qué necesita. El Dios amor que ella  mostró a sus alumnos hoy se sigue manifestando desde un balcón más elevado.”  (testimonio de Angelita, mamá de Cecilia).